1.10.09

Arte Culinario

Gracias a Carito!!

Tradicionalmente el postre se ingiere luego de la comida, pero hay excepciones.
Era un medio día caluroso en la ciudad y estábamos despojados de casi todas nuestras ropas, porque su roce sobre nuestras pieles incomodaba y demoraba cualquier intento de un encuentro salvaje, y la practicidad nos identificó desde ese primer beso en el ascensor subiendo a tu departamento en el séptimo piso. Seis pisos demoré en romperte la boca, el sexto nivel antes del ingreso al cielo, o al averno, fue testigo de que ése sería un fin de semana de ritmo agitado. De un desborde de orgasmos incomparable, y por supuesto, inolvidable.
Pero acá me remito a inmortalizar ése medio día.
Ya habíamos explorados nuestros cuerpos la noche anterior. De alguna manera sabías lo que me ponía al límite, lo que me desquiciaba, lo que me dejaba a tu merced, manejable, entregada al placer de tus caprichos carnales, ¡y vaya que tenías caprichos!
Yo te observaba ahí, en la cocina, al mando del arte culinario, porque no me permitías hacer nada, no podía participar, sólo debía limitarme a observarte, y yo te miraba.
Con tus bermudas playeras color azul y tu remera blanca, tenías el traje de chef más sexy que se puede pretender. El calor del horno te incomodaba y podía observar las gotas de sudor recorriendo tu carita, entre tanto me pedías que acomode las cosas sobre la mesa no sin antes poner individuales para no arruinar nada, y yo que al observarte no podía dilucidar entre un vaso y un tenedor, porque solo pensaba en como te incrustarías vos en mi.
Mi vestidito marrón, cortito, holgado, lo suficientemente amplio como para sentir la brisa en mi cuerpo, estaba ansioso por separarse de mí. Yo te miraba, no dejaba de verte… me seducía como te manejabas en la cocina, me seducía verte gigante, imponente, sencillo, transpirado, cálido, fuerte, accesible.
De la cocina a tu habitación había una distancia de un vestido, una tanga, dos besos y una caricia. El atajo más interesante era mi mano entre tus piernas, y ahí fuimos, escapando del calor del horno para abrigarnos en la calentura que teníamos encima.
No dudaste nada en tirarme en tu cama, levantarme el vestido, quitarte las bermudas, el boxer, y penetrarme sin mesura. A esta altura ya conocías lo que más me excitaba, y no dudaste en besar mi entrepierna, en recorrer mi sexo con tu lengua, en degustar cada uno de los pliegues de mi vagina húmeda e impaciente.
Cada uno de mis poros se abrió para recibir tu sudor, tu aroma, tu elíxir. Cada parte de mi piel se desnudó para invadirse de la tuya, y vos, con tu sexo erecto y latente, rígido y ansioso, ingresaste en mí nuevamente para no dejar dudas de que eras el mejor anfitrión.
El calor era intenso, y los gemidos estridentes. Te morías por ver mi boca hinchada de placer, mis dientes apretando mi labio inferior, la gota de sudor que recorría mi cuello mientras me tenías de espalda y me sujetabas del pelo. Así que me giraste, y sin ningún tipo de reparo penetraste mi cola, que a estas alturas, estaba más abierta que todos los poros de mi piel juntos. La abrí cómodamente dándote la bienvenida, y apreté mis muslos con toda la fuerza cuando te tuve dentro mío, y en ese juego de presión, de ir y venir, de llegar y de no, de labios rojos estallando de placer, no tuviste piedad y te estrellaste en mí con toda tu fuerza, llegando a lo más profundo de mi anatomía, penetrándome completa, sin dejar un centímetro tuyo al descubierto. Todo tu sexo dentro de mi cuerpecito acalorado. Te apretaste contra mí tomándome de las caderas y llevándome hasta vos, inseparables, fusionados, fundidos en el sexo fuerte y sin contemplaciones.
Yo tenía la frutilla del postre y vos la crema.
Yo estaba estallando de placer en una seguidilla de orgasmos, de desesperación, de dolor intenso, de ardor, de sufrimiento placentero de ése que sólo vos sabés darme, y de ése que tanto pero tanto te calienta. Te gusta llevarme al extremo. Una mezcla de dolor placentero se adueñó de mi ser para abstraerme a ése momento culminante en donde alcancé el estado inigualable de elevación suprema. Era lujuria, desenfreno, frenesí, era una mujer en el estado más animal que pueda existir. Era tu esclava teniendo el orgasmo anal  más sublime que se puede experimentar.

Las milanesas, a esta altura, estaban hechas cartón. Pero ya no era necesario el almuerzo, porque el postre, había sido más que saciador.


9 comentarios:

María Emilia dijo...

Uffffffffffffffffffffffffffffff

Maite dijo...

Me encantó!!

asi que esto es el sexo dijo...

Hermoso.

Pregunta ya que Bellota volvió a escribir. ¿Por qué el blog tuyo personal lo pasaste a invitados? Yo lo venía siguiendo y me quedé super afuera :(

Besos mujer.

Dobel dijo...

Por un instante asocié esta entrada a ésta otra ("In fraganti"), y pensé que era la continuación de la historia. Luego me dí cuenta que no.
Saludos.

porquepodemos dijo...

ufff...
la la la...
;)

Carito dijo...

De nada chicas!

Anónimo dijo...

noooooooo, increibleeeee, me excito muchisimo, hacia rato que no leia algo tan bueno y eso que este blog es excelente

Tano Porta dijo...

qué pasó acá!?!?!?!?!?

vuelvan!!

porquepodemos dijo...

no sé que le pasó al blog, como que perdió todo lo posterior a Octubre 2009... pero... tenía que quedar ESTE post como página principal??? ay, las casualidades...